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PALAPAN es un espacio abierto a los artistas jóvenes que aún no encuentran un lugar donde compartir sus aportes.
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Los Aliados...
viernes, 14 de mayo de 2010
11:36 |
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Por Allan Núñez.
Ha quedado demostrado que, a nuestro paso por este descabellado planeta, uno podría haber sido tantos primores (o atrocidades), pero, lamentable o gratamente, debemos de ceñirnos a un patrón condicilar específico. Basta con un leve sesgo, con un soplo o un desliz; con la casmodia o un estornudo divino, y nuestra vida pasará de ser un dechado de gracia para convertirse en un olvidado espantapájaros. Todo depende de la buena elección que hagamos a la hora de irnos a la cama.
Por ejemplo, Pan, la divinidad tutelar, copulaba con cabras (así como con cualquier cosa que se le cruzara por su camino) y sus muslos lanudos y patas hendidas era prueba de su naturaleza animal. Por compasión a su amor no correspondido a las ninfas Eco y Siringa, su padre Hermes, le enseñó a masturbarse. No era además el único hombre bestia en la antigüedad.
El otro nació en la isla de Creta. Minos, contaban, había tenido varias mujeres que habían intentado en vano darle un heredero: de sus entrañas no nacían más que serpientes y alacranes. Tan sólo Pasifae, por fin, logró darle hijos normales, entre ellas Fedra y Ariadna.
Desgraciadamente, Minos ofendió al dios Poseidón, quien se vengó haciendo que Pasifae se enamorase de un toro, pese a ser este un animal sagrado. A satisfacer ésta su pasión le ayudó un ingeniero llamado Dédalo, llegado a la isla procedente de Atenas, de donde tuvo que huir por haber matado por celos a un sobrino suyo. De aquel connubio nació el Minotauro, extraño animal, mitad hombre y mitad toro. Y a Minos le bastó con mirarle para comprender con quién le había engañado su mujer.
De los ejemplos expuestos se desprende una constatación, y es la de que el hombre suele considerarse como el miembro de la pareja más cercano a un animal. Para el caso, entre los lanlang, en Java, existe la creencia de que una princesa tomó por marido a un perro y de que el hijo de ambos es el antepasado de la tribu. En un cuento de hadas de la tribu Yoruba, una tortuga se casa con una muchacha, introduciendo así, en la tierra, la practica de las relaciones sexuales.
En otras narraciones, el animal toma la forma de un cerdo, un cocodrilo, un cisne, un león, un oso, un asno, una rana, una serpiente, etc., que se transforman de nuevo en seres humanos mediante el amor de una doncella. Aceptémoslo: los hombres y las mujeres hacen el amor como los leones, las palomas o la mantis religiosa; ni el león ni la mantis religiosa hacen el amor como nosotros. El hombre se ve en el animal, el animal no se ve en el hombre*. Ese reconocimiento es una consagración del sexo como naturaleza. El reconocimiento a todas las excepciones, desviaciones y perversiones, incluso las sádo-masoquistas: son legítimas por ser inclinaciones naturales. No hay excepciones todo es natural. Entonces, no nos escandalicemos al comprobar que Zeus demoró tres noches en engendrar a Heracles, gastando en ello una cantidad de semen que, hasta para un dios, parece haber sido considerable; que dos siglos de rigor cristiano no nos impida ver en la serpiente que acosó a Eva un elemento fálico; que Blancanieves, por la sana administración que hizo de su cuerpo, durmió una hora en la cama de cada uno de sus compañeros** hasta que apuntó el día; que el bendito y muy bien definido trasero de yegua de la modelo italiana Carla Brunni pasará a la historia como el mayor hallazgo publicitario que le ha permitido, incluso, mantener muy elevada su cotización en el mercado de la moda, y que los rusos creen, no sin razón, que es mejor por detrás, como hacen la cabra y el cabrón.
Notas:
Ha quedado demostrado que, a nuestro paso por este descabellado planeta, uno podría haber sido tantos primores (o atrocidades), pero, lamentable o gratamente, debemos de ceñirnos a un patrón condicilar específico. Basta con un leve sesgo, con un soplo o un desliz; con la casmodia o un estornudo divino, y nuestra vida pasará de ser un dechado de gracia para convertirse en un olvidado espantapájaros. Todo depende de la buena elección que hagamos a la hora de irnos a la cama.
Por ejemplo, Pan, la divinidad tutelar, copulaba con cabras (así como con cualquier cosa que se le cruzara por su camino) y sus muslos lanudos y patas hendidas era prueba de su naturaleza animal. Por compasión a su amor no correspondido a las ninfas Eco y Siringa, su padre Hermes, le enseñó a masturbarse. No era además el único hombre bestia en la antigüedad.
El otro nació en la isla de Creta. Minos, contaban, había tenido varias mujeres que habían intentado en vano darle un heredero: de sus entrañas no nacían más que serpientes y alacranes. Tan sólo Pasifae, por fin, logró darle hijos normales, entre ellas Fedra y Ariadna.
Desgraciadamente, Minos ofendió al dios Poseidón, quien se vengó haciendo que Pasifae se enamorase de un toro, pese a ser este un animal sagrado. A satisfacer ésta su pasión le ayudó un ingeniero llamado Dédalo, llegado a la isla procedente de Atenas, de donde tuvo que huir por haber matado por celos a un sobrino suyo. De aquel connubio nació el Minotauro, extraño animal, mitad hombre y mitad toro. Y a Minos le bastó con mirarle para comprender con quién le había engañado su mujer.
De los ejemplos expuestos se desprende una constatación, y es la de que el hombre suele considerarse como el miembro de la pareja más cercano a un animal. Para el caso, entre los lanlang, en Java, existe la creencia de que una princesa tomó por marido a un perro y de que el hijo de ambos es el antepasado de la tribu. En un cuento de hadas de la tribu Yoruba, una tortuga se casa con una muchacha, introduciendo así, en la tierra, la practica de las relaciones sexuales.
En otras narraciones, el animal toma la forma de un cerdo, un cocodrilo, un cisne, un león, un oso, un asno, una rana, una serpiente, etc., que se transforman de nuevo en seres humanos mediante el amor de una doncella. Aceptémoslo: los hombres y las mujeres hacen el amor como los leones, las palomas o la mantis religiosa; ni el león ni la mantis religiosa hacen el amor como nosotros. El hombre se ve en el animal, el animal no se ve en el hombre*. Ese reconocimiento es una consagración del sexo como naturaleza. El reconocimiento a todas las excepciones, desviaciones y perversiones, incluso las sádo-masoquistas: son legítimas por ser inclinaciones naturales. No hay excepciones todo es natural. Entonces, no nos escandalicemos al comprobar que Zeus demoró tres noches en engendrar a Heracles, gastando en ello una cantidad de semen que, hasta para un dios, parece haber sido considerable; que dos siglos de rigor cristiano no nos impida ver en la serpiente que acosó a Eva un elemento fálico; que Blancanieves, por la sana administración que hizo de su cuerpo, durmió una hora en la cama de cada uno de sus compañeros** hasta que apuntó el día; que el bendito y muy bien definido trasero de yegua de la modelo italiana Carla Brunni pasará a la historia como el mayor hallazgo publicitario que le ha permitido, incluso, mantener muy elevada su cotización en el mercado de la moda, y que los rusos creen, no sin razón, que es mejor por detrás, como hacen la cabra y el cabrón.
Notas:
*Esto explica a las conejitas de Play Boy, como las constantes referencias al mundo salvaje que hacemos de nuestras posiciones sexuales: “el torito”, “el perrito”, “borrego al precipicio”, etc.
**En la doctrina teutónica, los enanos o gnomos trabajaban en la tierra, extrayendo metales preciosos, de los que en el pasado, tan sólo se conocían siete. Siete es el número de los enanos que acompañan a Blancanieves. Estos hombrecillos con sus cuerpos abortados y su trabajo en las minas –penetraban hábilmente en agujeros oscuros- poseen connotaciones fálicas.
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